miércoles, 12 de noviembre de 2014

Al calor de la amistad

Hace unos días tuve un reencuentro con esa realidad que se expresa mediante el papel y la tinta y que se niega a morir a pesar de la Internet. Una realidad que nace de nuestra capacidad de establecer lazos personales de amistad y que van más allá de la pantalla virtual: lazos verdaderos, tangibles, y que muchas veces dejan huella gracias al milenario papel y la tinta. Una realidad y costumbre centenaria que produjo ese maravilloso género de la literatura epistolar, compuesto por las cartas que intercambian por lo menos dos personas.

Aunque pueda parecer extraño para las generaciones actuales, para mi generación (nacidos entre los 50's y 60's del siglo pasado), el trato personal y de amistad se solía extender al escrito sobre papel: notas breves abocetadas apuradamente en el salón de clases, eso sí, con buena letra y ortografía; papelitos llevados y traídos, cartas dadas al propio o al servicio postal que surcaban territorios y hasta océanos para alcanzar la atención y el alma del ser querido que, amablemente, te había abierto la puerta de la amistad y su correspondencia.

Todo esto para decir que hace unos días tuve una agradable sorpresa cuando llegué a mi despacho. Me encontré con un enorme paquete enviado por mensajería. El atado postal traía varias encomiendas que me hicieron para repartir cartas y publicaciones a diversas personas, mensajes, propuestas. Pero estaba incluido un pequeño sobre para mí con un librito de esos que me pueden hacer dejar todo de lado para sumergirme en su lectura.

Se trata de la edición que hizo Rodrigo Martínez Baracs de la correspondencia de su padre, José Luis Martínez, con Octavio Paz.

Sería un tanto inútil presentar aquí a Paz o a Martínez. Más inútil escribir sobre el contenido de las cartas, sus circunstancias. Me interesa más bien invitar al lector a sumergirse en el intercambio epistolar entre ellos, y agradecer a Rodrigo el que haya editado y puesto para publicación las epístolas que encontró en el archivo de su padre. Como he dicho en otra ocasión, Rodrigo es un devoto conocedor de la biblioteca y el archivo de Martínez, y aprovecha esa circunstancia para darnos no solamente una edición clara, entretenida y de importancia histórica, sino también con un breve texto de introducción para su contexto, más unas cuantas notas y sugerencias bibliográficas para que el lector no se pierda. Lo mínimo y que no haga ruido. Un trabajo en el que Rodrigo no se arroga -como suele sucederle a buenos escritores cuando son los editores de otros autores-, protagonismo alguno: simple y sencillamente, los deja hablar, ofreciéndonos herramientas para la lectura.

Cuando le agradecí a Rodrigo el detalle de haberme enviado este libro, hice hincapié justamente en esa transparencia bien contextuada de todo el conjunto, que subraya tanto el lado histórico de los documentos, así como el literario y el humano. En su respuesta me recordó entonces que Paz utilizaba mucho la palabra limpidez, un adjetivo poético que nos mueve al territorio de esa especial transparencia, de la pureza de la mirada que no interpone filtros ni deformidades ante nuestra posible apreciación. Consciente de ello, Rodrigo Martínez Baracs nos obsequia una edición límpida e inmaculada que nos lleva hasta la tersura de las palabras que intercambiaron dos grandes escritores al calor de la amistad.